Hace 27 años tuvo lugar el fallo “Tasmania contra Commonwealth”, mediante el cual el Tribunal Supremo de Australia prohibió la construcción de una represa en el río Franklin, que prometía reactivar la economía de ese estado-isla a costa de inundar un biosistema único, declarado patrimonio natural de la humanidad por la UNESCO.
A comienzos de los años ’80, la tasa de desempleo en Tasmania era de 10 por ciento (la más alta del país), y el gobierno liberal local junto a algunos grandes industriales y empresarios veían la construcción de la represa como la solución a todos los males. Contra ellos, los miembros del naciente Partido Verde y la Wilderness Society(Sociedad para la Protección de la Vida Silvestre), junto a una serie de grupos comunitarios y ciudadanos independientes, propusieron otro modelo de crecimiento: uno basado en el cuidado de sus paisajes naturales.
Sumando al final el apoyo del Partido Laborista, los opositores al proyecto generaron la mayor campaña ambiental en la historia de ese país, argumentando que era inconstitucional, porque violaba tanto leyes nacionales como tratados internacionales suscritos por Australia. Tras cinco años de protestas, marchas pacíficas y difusión mediática, se anotaron un triunfo que hoy es un hito en la historia del derecho ambiental.
No puedo dejar de comparar este caso con el proyecto de construcción de cinco mega-represas en la Patagonia, que pretenden generar 2.750 MW (¡15 veces más que la represa Franklin!) para saciar la sed energética del Norte. Si en Tasmania al menos la energía producida iba a ser para consumo local, en Chile el plan es llevarla por una línea de transmisión de más de dos mil kilómetros, una de las más largas del planeta (¡y perdiendo 220 MW en el camino!). Creo que los chilenos deberíamos hacernos conocidos por otros récords. Aquí van un par de lecciones del caso de Tasmania que hoy podrían ser de ayuda a quienes creemos que HidroAysén no es una alternativa viable.
Es sabido que las conciencias de la mayoría no se ganan tanto con argumentos cuanto con mensajes impactantes, imágenes que no dejan a nadie incólume y jingles pegajosos que hacen cantar a todo el país a coro. Mediante un sólida campaña de comunicaciones, el movimiento de “No a las Represas en Tasmania” triunfó en todos estos frentes. Primero, se ganó el apoyo de intelectuales y personajes públicos que repitieron por todos los medios y con pasión lo que se perdería de llevarse a cabo el proyecto. Éstos ocuparon la primera línea en marchas, protestas y bloqueos de carreteras, terminando muchas veces en la cárcel (que en los momentos más críticos no daban abasto con tanto manifestante detenido). Gracias a las generosas contribuciones de los convencidos, la campaña sonó también en las radios –“Deja fluir al río Franklin”–, pero sin duda lo que selló el destino a su favor fueron las espectaculares fotografías de Peter Dombrovskis: el río de aguas esmeralda bajando tranquilo por una garganta rocosa, rodeada de árboles milenarios medio escondidos en la niebla. “¿Votaría por un partido que quiere destruir esto?”, aparecía la pregunta más abajo. Pocos se habrían atrevido a decir que sí.
Otro punto clave del éxito tasmano fue lograr convertir una campaña en un comienzo reducida a un estado a una que alcanzó a toda Australia. Se organizaron demostraciones en todo el país, se publicaron avisos en diarios locales y nacionales y se realizaron frecuentes encuestas de opinión para ir mostrando el creciente rechazo al proyecto.
En tercer lugar, se entendió que la decisión final no era“técnica”, sino política. Más allá del frío análisis costo-beneficio, lo que estaba en juego era una visión de lo que los tasmanos querían ser. El Partido Verde y su fundador, Bob Brown, capitalizaron esta idea, y se convirtieron gracias a su éxito en actores cada vez más importantes en la escena política australiana: hoy los Verdes son parte de la coalición de gobierno, y Brown es uno de los senadores más populares.
Por último, la campaña no fue de mera oposición, sino ante todo de propuesta: el No a la represa fue un Sí al turismo sustentable. Tres décadas después, se ve que la decisión fue acertada. Hoy éste es la segunda principal actividad económica y da trabajo a medio millón de tasmanos, generando mil millones de dólares anuales y atrayendo a casi un millón de visitantes (cercano a la mitad de los ingresos totales y del número de visitantes a nuestro país). Además, Tasmania es actualmente el estado líder de Australia en producción de energía renovable, la que equivale a un 87 por ciento de su capacidad total. Ésta proviene del viento y de la hidroelectricidad (sí, de la hidroelectricidad, pero principalmente de centrales de pasada y de pequeña escala para uso local).
¿Cómo puede iluminarnos a los chilenos la experiencia tasmana? Creo que los argumentos de por qué No a Hidroaysén son contundentes: entre otros, que la opción que hoy se cree más barata será a mediano y largo plazo la más cara (e irreversible); que no es la única alternativa, porque tenemos sol, geotermia y viento en abundancia; que si beneficia a alguien, no es a los locales; y que un número creciente de estudios científicos muestran que las mega represas no son la energía limpia que claman ser. La campaña “Patagonia sin Represas”, del Consejo para la Defensa de la Patagonia Chilena (CDP), los ha usado todos y ha hecho hasta aquí un trabajo encomiable, generado una voz potente por medio de Internet y de marchas por todo el país. En cuanto a las imágenes de la campaña, las reforzaría con otras imágenes de lo que realmente está en riesgo: las cinco mil hectáreas que efectivamente serían inundadas, el huemul que efectivamente perdería su hogar, el bosque por el cual efectivamente pasaría la línea de alta tensión. Menos metáfora y más realidad cruda, en suma.
Frente a la feroz ofensiva comunicacional de HidroAysén y a las recientes denuncias de informes adulterados por organismos gubernamentales para favorecer el proyecto, creo por último que llegó la hora de “politizar” el tema, en el buen sentido de la palabra: convertirlo en debate nacional y no a puerta cerrada, exigirles a nuestros representantes en el Senado y en la Cámara que se pongan la camiseta a favor o en contra, pero que se la pongan, al menos para saber a quién darle el voto en las próximas elecciones; hacerle entender a la opinión pública que no hay que ser ambientalista para oponerse, sino simplemente contar con un poco de sentido común. Junto al No a las represas debe fortalecerse un Sí a visiones alternativas de desarrollo. Lo que está en juego no es sólo uno de los lugares más prístinos de Chile, sino del planeta. Conociendo los antecedentes, sólo una conclusión me parece posible: una Patagonia vale más que mil represas.
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